miércoles, marzo 15, 2006

INTERMEZZO: EL DESENCUENTRO. MÁS CONCRENTAMENTE, EL RE-ENCUENTRO

Hola. Aquí Martínez, utilizando la cursiva. Y un poco más abajo Pep, utilizando la verdana a palo seco. En el día de hoy, Pep, nuestro estatutólogo, viene a interrumpir las interrupciones de la realidad que conforma este blog con un nuevo intermezzo, en el que analiza el preámbulo del Estatut tal y como era -no CT-, y tal y como ha quedado -CT como para una boda-. Sinopsis: en el país del aquí te pillo aquí te mato, chati, en el país donde los preámbulos, vamos, son de nenas, el preámbulo del Estatut ha reafirmado su aproximación con las grandes tendencias locales. No se lo pierdan.

Los que nos apuntamos tarde a la telefonía móvil sabemos que una cosa es que la cabina no te devuelva el cambio, y otra bien distinta que se te coma las pelas. Esto es lo que ha sucedido con el pacto que ha puesto fin al desencuentro provocado por el Estatut catalán, firmado por Zapatero y Mas y avalado por Saura. Los recortes al texto ejemplifican perfectamente qué es lo que cabe y lo que no cabe en la CT, empezando por el incumplimiento de lo prometido por el Presidente Zapatero: “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento de Catalunya”.

Lo que sigue es un repaso al preámbulo-patena que, gracias al consenso, consenso, consenso, ha evitado el retorno de los “fantasmas del pasado” retomando lo mejor del “espíritu de la transición”. El repaso no está hecho desde la crítica a los convergentes: el que no solo no ha devuelto el cambio sino que se ha quedado las pelas de mi “nosotros” no se llama Mas, se llama Zapatero. El texto laminado ofrece todas las garantías a los que durante 25 años han vivido de la mezcla de los sentimientos con la política. Es una bicoca para los que gustan hablar de nacionalismos romántico-sentimentales: los catalanes, pero también los españoles. Por el contrario, todas las partes del estatuto republicanas –por ejemplo, el traspaso de la competencia de convocar consultas populares- han sido borradas del mapa: esas partes, como la plurinacionalidad, eran la garantía de acabar con el debate identitario que monopoliza el debate político español, y que lo seguirá monopolizando.

La lectura de lo aprobado confirma que en lo fundamental se ha tirado, si bien un poco a la baja, de las enmiendas presentadas por Piqué durante la tramitación en el Parlament. Los artículos y disposiciones sobre consultas populares, por ejemplo, habían pasado, tal y como exigieron en verano los socialistas, el filtro del Consell Consultiu, que ni tan siquiera las mencionaba en sus conclusiones al no ofrecer duda alguna su constitucionalidad. Sin embargo, han sido modificados hasta convertirlos en algo tan irrelevante como el derecho a la vivienda que aparece en la Constitución Española. Como muestra, cinco botones sacados exclusivamente del “maravilloso” –Iceta dixit- e “histórico” –Mas dixit- preámbulo acordado, comparados con lo que establecía el texto original del Parlament:

“Cataluña se ha ido construyendo…” es la manera en como empieza el preámbulo-patena. La diferencia con el original es la sustitución de “la nación catalana” por “Catalunya”. Pero el zombie, el ser colectivo, sigue bien presente en el texto, exactamente igual que las apelaciones a la lengua, a la tradición, a la cultura. Porque todo ello es lo constitucional.

El segundo cambio relevante es la inclusión en el texto de una falaz equiparación entre Constitución y democracia. Donde decía “el estatuto del 79, en el cual se establecía que Catalunya quería ejercer, entonces como ahora, su derecho inalienable al autogobierno”, el estatut-patena dice: “el estatuto del 79, nacido con la democracia, la Constitución y el Estado de las autonomías”. Se apela, además, al “espíritu” del preámbulo del 79, algo que recuerda a las vergonzantes apelaciones al “espíritu de la transición” con las que se suele esconder la pretensión de anteponer fotos y consensos logrados en opacas reuniones con desconocidas contrapartidas al debate libre y democrático.

El tercer cambio relevante es la desaparición de la memoria y, más concretamente de la mención a los “exiliados” a causa de la Guerra de Franco y de la posterior Dictadura. Dicha mención es, huelga decirlo, plenamente defendible por cualquiera que juzgue de un modo mínimante decente el siglo XX español, y su retirada, mientras siguen en el preámbulo los muy constitucionales derechos históricos, es un claro ejemplo del alcance del presunto republicanismo del presidente Zapatero.

El cuarto cambio relevante es casi imperceptible. Allí donde el Estatut republicano decía “este Estatuto establece que:”, el Estatut-patena reza “este Estatuto asume que:”. Probablemente en ningún punto como aquí se pone de manifiesto el carácter de derrota, de fracaso total y absoluto, del intento que suponía el Estatut de darle un tute republicano a España. La chapuza de una ley que en lugar de establecer se dedica a asumir, del mismo modo que el 78 los demócratas españoles tuvieron que asumir no pocas cosas ante el peligro de “involución”, es la máxima expresión de la gigantesca renuncia en que se ha convertido el Estatut.

El quinto cambio acaecido al Estatut del Parlament es la desaparición de “La Generalitat restablecida en 1931 nunca ha dejado de existir, en tierra propia o en el exilio”. Manda huevos, como diría el poeta, que entre tanta alusión a los derechos históricos no hayan encontrado un pequeño rincón en el que, en lugar de hablar de 1714, se pusieran en su lugar no pocas de las monstruosidades cometidas por la España nacional-católica. La desaparición de esa mención no solo realza los minúsculos límites de la Transición que ha puesto de manifiesto este Estatut –tanto en lo que es aceptable, como en lo que es inaceptable-, sino que entierra las lecturas más civilizadas de la transición, esto es: las que defienden que hubo que ceder ante la real y evidente peligrosidad de la extrema derecha, para adoptar una estrategia gradualista. Si un cuarto de siglo más tarde todos esos avances no sirven ni para que un preámbulo recoja que la Generalitat existió exiliada durante la Dictadura, es que algunos nos hemos equivocado.

Esta melé de laminaciones del estatuto culminan, como no podía ser de otro modo, en el ignominioso despropósito que resume todo el estatut-patena: “El Parlamento de Catalunya, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Catalunya, ha definido, de forma ámpliamante mayoritaria a Catalunya como nación”. Una vez más, el sentimiento: esa sentimentalidad melancólica, fea y nostálgica que se encarga de sustituir cualquier intento de transformación de la realidad en virtud de conceptos probadamente inexistentes como los “fantasmas del pasado” y el “espíritu de la transición”.

Una vez más, la continuidad. Recuperando un apunte hecho aquí en hace unos meses y sacado de un librote de Bauçà, no únicamente la continuidad de la legalidad emanada del 18 de Julio de 1936, que tengamos en el Tribunal Constitucional a un Jefe Provincial del Movimiento o las peculiares opiniones de la máxima autoridad judicial española. La Continuidad en mayúscula, como categoría, como objetivo, como fin en sí mismo. Hay en catalán una palabra que explica la Continuidad a la que me refiero: es “pixera”. La “pixera” son las ganas de mear, si bien agradeceré a cualquiera que me enseñe una palabra mejor para la traducción. Concretamente, a las que le entran a uno cuando está tomando pintas en un pub británico o irlandés, y tiene que soportar la cola que forman los esnifadores multi-producto en el baño cada dos por tres. Me refiero a ese tipo de Continuidad, que es la nuestra, y a cuya defensa ha quedado consagrado el Estatut-patena, por más que parezca difícil prolongar la prodigiosa artificialidad que ha sido incapaz de detectar similitud alguna entre la España de los últimos años, y la Yugoslavia que el 1 de Diciembre de 1989 decretó el boicot a los productos eslovenos, después de multitudinarias manifestaciones a favor de las víctimas del terrorismo kosovar y contra los nacionalismos esloveno y kosovar.

La Continuidad, la Continuidad, la Continuidad...

(Pep)

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