lunes, julio 04, 2005

FELIU: TARDÍA SEGUNDA ENTREGA

1) Lógicamente, primero, mis excusas a ti y a todos –¿hay alguien?– por el retraso de esta entrega, que erraría quien lo atribuyera a miedo. No hay más que lo de siempre, las servidumbres de la cotidianidad.

2) No sé si rebaso los límites impuestos por las reglas, o hasta los de la cortesía, así es que, por si es el caso, antepongo las excusas y enfatizo la cordialidad, pero, ¡muy largo, Martínez, demasiado largo! Al asunto, pues.

3) ¿Quién es nacionalista? Puede parecer obstinación por mi parte, pero no lo es, y que es parte central del asunto lo muestra que también tú vuelves sobre ello. Como te decía, puesto que no son personas lo que se juzgan (ser nacionalista no es una condición, en el sentido en que lo es la pertenencia a una clase social), sino ideas, es nacionalista quien sostiene ideas nacionalistas, y nada más, lo declare o no, le guste o no. Y tú dices «El no-nacionalismo puede, y debe, defender opciones nacionalistas». Pues en «defender opciones nacionalistas» es en lo que consiste ser nacionalista. Es evidente que si la cantidad e importancia del ideario compartido son escasas, más que serlo, se tienen algunas ideas nacionalistas, pero se tienen, del mismo modo que ser de izquierdas es compartir –mucho o poco– las doctrinas de la izquierda. Luego añades que «En tanto las argumente», pero esa no es una condición que permita cohonestar idearios incompatibles, sino sólo la condición de posibilidad para sustentar ideas y opciones políticas. Para mí, lo que convierte en contradictorio ese «puede, y debe, defender opciones nacionalistas» con hacerlo desde «el no-nacionalismo» es la presunción de que ese «no-nacionalismo» se quiere de izquierdas. Es decir, que sí, que sostengo que son incompatibles el ideario nacionalista con el de la izquierda. Formulado del modo más breve posible, el problema es que la ideología nacionalista se desarrolla a partir de un principio identitario, y es esa identidad la que tanto da acceso a la comunidad política a sus miembros, como la que funda la comunidad política misma. Pero esos rasgos identitarios son moralmente neutros, son los que son, porque son los nuestros. La izquierda, en cambio, «está comprometida con la defensa radical de ciertos valores y, consiguientemente, con ciertos modelos sociales e institucionales en los que esos valores cristalicen […] A la izquierda le importan los escenarios políticos en los que se asegure el autogobierno de los ciudadanos y la participación democrática, y esos principios valen lo mismo con señas de identidad que sin señas, con sondeos favorables que sin ellos». (F. Ovejero, «La autodeterminación y la izquierda», El País, 19-2-01)

4) Lógica de la confusión. No creo hacer tal cosa; las objeciones al nacionalismo, como la de más arriba, las hago –y se hacen en el manifiesto– referidas al catalán; meternos en taxonomías del nacionalismo sería de locos. En cuanto al supuesto nacionalismo español del Manifiesto, te toca aplicarte tu propia receta y mostrármelo tú.

5) Nacionalismo catalán agresivo e incívico. Telegráficamente: tal como, inmejorablemente, describe el título de un libro La normalización lingüística, una anormalidad democrática. Me referiré ahora sólo a lo siguiente: el principio literal del que parten todos los textos legales sobre esta materia define el catalán como «la lengua propia de Cataluña», y eso es falso, pues si fuera cierto no se estaría legislando sobre ello. La realidad es que es la lengua propia de la mitad de los catalanes, pues de la otra mitad es el castellano (¿tendría sentido que se dijera que el castellano es «la lengua propia de España»?). Los territorios no tienen lengua, y por lo tanto no son sujeto de derecho. El único derecho que anda en juego cuando se habla de lengua es el de los hablantes. Lo único que aquí había que hacer era asegurar el derecho de los catalanohablantes a que pudieran desarrollar cultura en su lengua, educar a sus hijos en ella, y tener una Administración con la que poder tratar en catalán. No existe, por tanto, el derecho a viure en català, pues eso no puede decir otra cosa que «los que hablan otra deben cambiarla por la mía». A nadie le asiste el derecho a que le aseguren interlocutores. De manera que la famosa «inmersión lingüística», que regula que toda la educación escolar es en catalán, priva a la mitad de los catalanes del derecho de educarse en su lengua. Todo esto, además, es mucho menos inocuo de lo que se pretende, pues si bien es cierto que la última campaña «Ballem en català» cae en el género del sainete, las nuevas oficinas para denunciar el uso privado del castellano tiene aspectos fascistas, pues ya no es sólo la actuación de la Administración, sino que se empuja a unos ciudadanos a intervenir contra otros. Por no hablar de la gravísima anomalía social que supone el que algo así no haya sido objeto, no ya de grave controversia, sino ni tan siquiera de crítica.

Me voy a cenar, ya no creo que gambas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay alguien.